Libros que acarician
5 stars
Hay libros que acarician el alma. Este es el caso de Un caballero en Moscú. Desde las primeras páginas me sentí atrapado por su prosa. Amor Towles tiene la capacidad de transportarnos con sus letras a un mundo fantástico y hacernos disfrutar cada párrafo queriendo más.
Sobre traducciones
Pero esto no sería posible sin una traducción magistral. Si bien hay libros que leo en inglés (idioma en el que se escribió originalmente Un caballero en Moscú), en este caso leí la traducción al castellano realizado por Gemma Rovira Ortega. Y es que estamos muy mal acostumbrados a pasar por alto el nombre de los traductores, cuando su trabajo es valiosísimo.
«Es curioso —reflexionó antes de abandonar su suite—. Desde una edad muy temprana hemos de aprender a despedirnos de amigos y familiares. Les decimos adiós a nuestros padres y a nuestros hermanos en la estación; visitamos a nuestros primos, vamos …
Hay libros que acarician el alma. Este es el caso de Un caballero en Moscú. Desde las primeras páginas me sentí atrapado por su prosa. Amor Towles tiene la capacidad de transportarnos con sus letras a un mundo fantástico y hacernos disfrutar cada párrafo queriendo más.
Sobre traducciones
Pero esto no sería posible sin una traducción magistral. Si bien hay libros que leo en inglés (idioma en el que se escribió originalmente Un caballero en Moscú), en este caso leí la traducción al castellano realizado por Gemma Rovira Ortega. Y es que estamos muy mal acostumbrados a pasar por alto el nombre de los traductores, cuando su trabajo es valiosísimo.
«Es curioso —reflexionó antes de abandonar su suite—. Desde una edad muy temprana hemos de aprender a despedirnos de amigos y familiares. Les decimos adiós a nuestros padres y a nuestros hermanos en la estación; visitamos a nuestros primos, vamos a colegios, ingresamos en un regimiento; nos casamos o viajamos al extranjero. Tomar a un ser querido por los hombros y desearle buena suerte mientras nos consolamos pensando que no tardaremos en tener noticias suyas es algo que hacemos constantemente y que forma parte de la experiencia humana.
»Sin embargo, no es muy probable que la experiencia nos enseñe a despedirnos de nuestros objetos más preciados. ¿Y si lo hiciera? No agradeceríamos la lección. Porque muchas veces acabamos por tomarles más cariño a nuestras posesiones favoritas que a nuestros amigos. Nos las llevamos de un sitio a otro, en ocasiones con un coste y una incomodidad considerables; les quitamos el polvo y abrillantamos sus superficies, regañamos a los niños cuando juegan con demasiada brusquedad cerca de ellas y permitimos que nuestros recuerdos les confieran cada vez más importancia. En este mismo armario, tendemos a recordar, me escondía de niño; esos candelabros de plata eran los que adornaban nuestra mesa en Nochebuena; fue con este pañuelo con el que una vez ella se enjugó las lágrimas, etcétera, etcétera. Incluso imaginamos que esas posesiones cuidadosamente conservadas podrían ofrecernos auténtico solaz ante la pérdida de un compañero.
»Y sin embargo, es evidente que un objeto no es más que un objeto.»
Quizás lo que hizo más grande a la Bibilioteca de Alejandría, más allá de su imponente acervo, fue el hecho de que buscó traducir de su lengua original miles de obras, permitiendo al mundo conocerlas. Siendo honestos, nadie puede conocer todos los idiomas del mundo. En lo personal me habría sido imposible leer a Thomas Mann, Stefan Zweig, Marcel Proust, Dumas, Tolstoi, Dostoievski, Chéjov, Mircea Cărtărescu, Natsume Sōseki o Kenzaburō Ōe de no ser por los traductores. ¡Ni hablar de los clásicos!
Y es que para ser un buen traductor se necesita ser un buen escritor. Con la capacidad de conocer y dominar bien la lengua original y la destino. Para poder respetar lo más posible la idea del autor tanto el sonido (ejemplo enorme es la dificultad para traducir el Ulysses de Joyce) como la idea. Que no se pierda esa caricia de la que hablaba tiene Un caballero en Moscú.
Es por lo anterior que muchas de las mejores traducciones tienen detrás a grandes escritores: Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Nabokov, Samuel Beckett, Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, etc.
Sobre Un caballero en Moscú
No quiero hablar mucho sobre el libro para no descubrir la trama. Pero Amor Towles nos cuenta la historia del conde Aleksandr Ilich Rostov, que en 1922 es condenado por los bolcheviques a muerte, pero un poema subersivo, aparentemente escrito por él, hace que algunos miembros del partido intercedan por él. Es entonces que su condena cambia a arresto domiciliario, teniendo que pasar el resto de sus días en el Hotel Metropol, en Moscú.
Del mismo modo en que Mishka había acabado entendiendo que el presente es la consecuencia natural del pasado, y podía ver con toda claridad cómo darle forma al futuro, él entendía ahora su lugar en el paso del tiempo.
Un caballero en Moscú son las aventuras que el aristócrata vivirá durante el cumplimiento de su pena. Pero no sólo serán las aventuras del conde Rostov, sino que gracias a esa prosa que envuelve te encuentras dentro del Metropol, degustas los vinos, se te hace agua lo boca con el olor de la boullabeise, disfrutas de las notas de Chopin o del barullo en el Boyarsky.
Charles Dickens, un escritor basura
Cabe subrayar, querido lector, que se trata de una novela de ficción, de pronto encuentro críticas hablando de si es creíble lo que aquí se presenta. Vamos, no se trata en si de una novela histórica que pretenda ser fiel a las circunstancias que acontecían en el momento en que se desarrolla. Entendamos que es un mundo fantástico, un sueño.
Entonces, casi con melancolía, comentó que en la galería, mientras reflexionaba sobre la terquedad de las convenciones sociales y la tendencia del ser humano a tomarse a sí mismo demasiado en serio
En una de dichas críticas, con el afán de subrayar el supuesto problema, hablan de que es una fantasía al estilo Dickens. Entonces, ¡¿Charles Dickens es un mal escritor?!
Si bien, como defiendo siempre, en gustos se rompen géneros, y en particular hablando de libros no hay nada escrito, pienso que las criticas al respecto resultan pretenciosas. A veces siento que es como quienes hablan de los cuadros de Joan Miró y dicen: "Eso puedo pintarlo un niño, hasta yo podría hacerlo mejor", es cierto, pero no lo hizo. ¡He ahí la diferencia!
—¿Okroshka? —preguntó ella, mientras se ponía la servilleta en la falda.
—Evidentemente —contestó el conde, sentándose también—. Antes de viajar al extranjero, es conveniente tomarse una sencilla y reconfortante sopa típica del país, para poder recordarla con cariño si algún día se siente uno un poco desanimado.
Un caballero en Moscú nos envuelve y nos lleva a un mundo de FANTASÍA: sin pretensiones y, por ello, exquisita, como una Okroshka. ¿Cuántas veces al buscar la grandilocuencia en sus obras los autores pierden su esencia?
Si después de este análisis estás dispuesto a leer el libro, aquí puedes encontrarlo.
Publicado previamente en: Las cartas de Roberto.